He pillado hoy en «El CiberP@ís» este interesante artículo que refleja, tímidamente y dándole vueltas (no hay que cabrear al anunciante, por Dios), el timo acojonante que las telecos nos están metiendo con la subvención a los terminales y la permanencia correspondiente. Lo constatan el propio artículo y DoctorSim -también citado- en su página. Sobre todo, claro está, en el ámbito de los smartphones.
15-06-2011 - Hay una comparación que habla por sí misma y que puede hacer cualquiera: vaya usted a la zona de mayor concentración de comercio digital que desee (en Barcelona, la ronda de Sant Antoni, pongo por caso) y y entreténgase una horita mirando los precios de tablets, de PC’s, de portátiles, de netbooks y de cachivaches similares y compárelos con los de smartphones a la última. Se dará usted cuenta de que un aparatejo de calidad quizá buena, pero a mucha distancia de la informática de verdad y con unas prestaciones -siempre comparando con un tablet o con un netbook- de verdadero asco tienen, sin embargo, precios no muy diferentes. La relativa miniaturización del smartphone no justifica -ni de lejos- que cueste tan caro como un tablet mediano que le da muchísimas vueltas desde cualquier punto de vista.
Aunque no con mucha insistencia -son tantos los frentes abiertos que hay que establecer prioridades en el esfuerzo- pero sí desde hace muchos años, la Asociación de Internautas reclama que se termine con esta historia de la subvención por permanencia porque claramente constituye una manipulación del mercado.
La cosa está muy clara: contra más alto es el precio del aparato, mayor es la eficacia de la toma como rehén del cliente. Si un aparato de estos costara los más o menos cien o ciento cincuenta euros -que ya está bien- que constituiría -así a ojo- su precio máximo en un mercado abierto de verdad, no habría contrato de permanencia que resistiera el fácilmente justificado cabreo de un cliente ante el mal servicio y las desatenciones de cualquier teleco: «¿Que aún me quedan nueve meses de compromiso? Pues toma, ahí tienes tus miserables 50 euros y métetelos donde te quepan, que yo mañana me voy a la competencia». La cosa no es igual cuando hablamos de un terminal valorado en 300 euros… o más. Por otra parte, estoy más que convencido de que el importe que perciben las telecos por los terminales de alta gama (salvo en casos de aparatos muy, muy matados, nunca subvencionan el pretendido 100 por 100 de la valoración, claro) cubre sobradamente el precio en mercado libre del terminal: los beneficios de los 18 o 24 meses en que toman de rehén al cliente, son limpios. Limpios para la teleco, claro, porque lo que es el cliente se queda como el gallo de Morón: sin plumas y cacareando.
Por tanto, las telecos establecen un control del mercado que claramente funciona con la siguiente relación: tú, fabricante, vas a vender en la calle tus aparatos al precio de mi valoración si quieres que yo distribuya, subvencionándolos, los aparatos entre mis clientes; si no pasas por el aro y te pones a funcionar por libre, yo, simplemente, te reventaré los precios a la hora de subvencionar aparatos de tu competencia, haciendo que mis clientes accedan a ellos mediante un desembolso muy inferior y quizá con aparatos de mejores prestaciones o diseño. Y, ni que decir tiene, a mí, a la teleco, me vas a vender el aparato al precio real de mercado y de mayorista si no aún inferior, porque como tengo el control, me vas a vender al precio que yo diga.
Tras ese paseíto comparando precios y prestaciones, sabemos que no puede ser de otra forma, que no hay otra explicación posible. Por supuesto, los fabricantes -prisioneros de las telecos-, al verse acusados de esto, responderán con doscientas mil patrañas de costes y de otras gilipolleces y paparruchas varias. Mienten. El mercado presuntamente libre o, si se quiere decir de otra forma, el mercado de terminales libres, no sujetos ni subvencionados por ninguna teleco, está claramente manipulado, distorsionado y vilmente trampeado.
Y este es, en definitiva, el problema troncal: sufrimos en España -probablemente también en otros países pero, desde luego, en España- un problema de mercado sometido a un oligopolio. No es la primera vez que constato cómo las grandes corporaciones claman por un mercado libre cuando desde la política éste se regula pero, en cuanto ese mercado se desregula, se lanzan rápidamente a acerrojarlo, a convertirlo en el cortijo y la dictadura de unos pocos (poquísimos). Solamente eso -y su realidad, como es de ver cada día- bastaría por sí sólo para desacreditar el liberalismo económico en su propia raíz. Aún recuerdo cuando Clos, siendo alcalde de Barcelona (ya ha llovido) se quejaba diciendo que cuando había un mercado cerrado y regulado, operaban en Barcelona tres compañías eléctricas, pero desde que el mercado se liberalizó, sólo quedó una. Es que no falla: la tendencia al monopolio o, cuando menos, al oligopolio, es sistemática y yo diría que axiomática.
Para más inri, aquí tenemos una cosa -una especie de ente administrativo informe (o deforme) y más bien tirando a grotesco- llamado Comisión Nacional del Mercado de las Telecomunicaciones (CMT). Cómo estará considerado el organismo en cuestión, que fue el único que permitieron trasladar a Barcelona en plena oleada de catalanofobia: queríamos que Madrid aligerara hacia acá centros de poder… ¡toma centro de poder!. Pues bien: la cosa esa es el organismo regulador, que le dicen. Qué regula y a quién regula es un misterio, porque aquí las telecos hacen -y en todos los órdenes- lo que les da la gana impunemente. Tan impunemente que sus jerifaltes se pasean por los ministerios abriendo las puertas casi a puntapiés. Bueno, será porque hay confianza: de hecho, ellos ocupan los centros de decisión de los ministerios con competencias en la materia.
La verdadera liberalización del mercado del smartphone o, si se quiere, del terminal móvil -volviendo al eje del artículo- supondría un más que inmediato y radicalmente considerable abaratamiento de precios, ya no sólo por sí mismos, sino también por lo abundado en el artículo de «El CiberP@ís»; probablemente, además, concurrirían otras marcas que, no habiendo sido bendecidas por las telecos -o sea, por no querer o no poder pasar por su aro- no tienen apenas oportunidad competitiva en este mercado falsificado. Urge pues – alargo con ello el hilo de la Asociación- terminar con esa práctica de la permanencia obligada a cambio de subvencionar -ya sabemos que falsa y tramposamente- los terminales. Mientras no se acabe con esa práctica, pagaremos más caro -también los terminales- para acerrojar aún más el mercado en favor de cuatro o cinco que hacen lo que les da la gana.
Con todas las bendiciones de la CMT.
Opinión de Javier Cuchí en El Incordio
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